Debate sobre debate, sin saber por donde ir. Que si la Suprema Corte de Justicia de la Nación se excede o no se excede, en la incómoda circunstancia del cohetero. Asuntos candentes que tienen como fuente una sociedad dividida. La Corte tiene en puerta el caso Oaxaca y el de Mario Marín, gobernador de Pueblal; Marchar o no marchar, libre tránsito o de manifestación, es el debate que confronta otra vez, al gobierno de la Ciudad de México con el gobierno federal. El secretario del Trabajo se lanza en contra de Marcelo Ebrard. Éste lo ningunea con la mano en la cintura, mejor debato con tu jefe. Javier Lozano no se fue solo ¿O sí? Lo extraño es que el de gobernación, Francisco Ramírez Acuña, estuviera al margen; También está el debate intestino, soterrado, entre la Sedena y la Secretaría de Seguridad Pública, dos piezas claves en la lucha contra el crimen organizado; En puerta está el jaloneo por la reforma fiscal, que por lo trascendido tiene más el color de una miscelánea.
Entre rayos y centellas la deliberación sobre la reforma del Estado se realiza sin que la mediatización se la engulla, hasta ahora. Pero si no lo hace el torbellino de los medios, sí lo puede hacer –devorar, hasta digerir y defecar- el cálculo político de los actores involucrados y derivar en una reforma circunscrita a saltar la aduana electoral del 2009. Es sabido el orgullo que tienen los políticos de su raigambre pragmática, de su “pragmatismo”. Por eso no vendría mal una dosis de idealismo alemán colectado de Cartas sobre la educación estética del hombre, de Friedrich Schiller.
Ciertamente un texto que data de 1795 no ha de parecer moderno, pero valga considerar que en su momento lo fue (lo sigue siendo a despecho de quienes asimilan lo moderno a la moda) y algo de modernidad tendrá. No es un texto cien por ciento original, reverbera ostensiblemente a Kant y a Rousseau, entre otros. Sorprendentemente, las primeras diez cartas son un ensayo político. Discurre epistolarmente para proponernos audazmente la estetización de la política. Nada que ver con el reparto de poder y tal vez ese sea el defecto de esta orientación.
Primera sugerencia: concebir la reforma del Estado como la más perfecta obra de arte de admiración perdurable, que vive un siglo, que hace época.
Segunda sugerencia: no actuar como el relojero, que para reparar un reloj tiene que parar su marcha. La maquinaria del Estado se tiene que reformar sin producir parálisis.
Tercera sugerencia: armonizar lo particular y lo general, complementar lo sensible con lo racional, de tal modo que la nación “sea capaz de cambiar el Estado de las necesidades por el Estado de la libertad”. Lo que implica romper las cadenas de desigualdad que se arrastran por siglos.
Cuarta sugerencia: tener como objetivo la integralidad sobre la fragmentación, para que el placer no se desvincule del trabajo, el medio de su finalidad, el esfuerzo de la recompensa.
Quinta sugerencia: la reforma del Estado será intento vano, una quimera, si antes no comienza por considerar una transformación de la sociedad (sus prácticas y valores).
Muchas ideas más sugieren las Cartas de Schiller, pero qué mejor que cada persona que atraca en este blog las recoja por sí mismo y recree su propia carta de navegación para la reforma del Estado.
Entre rayos y centellas la deliberación sobre la reforma del Estado se realiza sin que la mediatización se la engulla, hasta ahora. Pero si no lo hace el torbellino de los medios, sí lo puede hacer –devorar, hasta digerir y defecar- el cálculo político de los actores involucrados y derivar en una reforma circunscrita a saltar la aduana electoral del 2009. Es sabido el orgullo que tienen los políticos de su raigambre pragmática, de su “pragmatismo”. Por eso no vendría mal una dosis de idealismo alemán colectado de Cartas sobre la educación estética del hombre, de Friedrich Schiller.
Ciertamente un texto que data de 1795 no ha de parecer moderno, pero valga considerar que en su momento lo fue (lo sigue siendo a despecho de quienes asimilan lo moderno a la moda) y algo de modernidad tendrá. No es un texto cien por ciento original, reverbera ostensiblemente a Kant y a Rousseau, entre otros. Sorprendentemente, las primeras diez cartas son un ensayo político. Discurre epistolarmente para proponernos audazmente la estetización de la política. Nada que ver con el reparto de poder y tal vez ese sea el defecto de esta orientación.
Primera sugerencia: concebir la reforma del Estado como la más perfecta obra de arte de admiración perdurable, que vive un siglo, que hace época.
Segunda sugerencia: no actuar como el relojero, que para reparar un reloj tiene que parar su marcha. La maquinaria del Estado se tiene que reformar sin producir parálisis.
Tercera sugerencia: armonizar lo particular y lo general, complementar lo sensible con lo racional, de tal modo que la nación “sea capaz de cambiar el Estado de las necesidades por el Estado de la libertad”. Lo que implica romper las cadenas de desigualdad que se arrastran por siglos.
Cuarta sugerencia: tener como objetivo la integralidad sobre la fragmentación, para que el placer no se desvincule del trabajo, el medio de su finalidad, el esfuerzo de la recompensa.
Quinta sugerencia: la reforma del Estado será intento vano, una quimera, si antes no comienza por considerar una transformación de la sociedad (sus prácticas y valores).
Muchas ideas más sugieren las Cartas de Schiller, pero qué mejor que cada persona que atraca en este blog las recoja por sí mismo y recree su propia carta de navegación para la reforma del Estado.
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