martes, 5 de junio de 2007

PAN con sangre

Realmente se le ha dedicado demasiada atención a la asamblea del PAN en León Guanajuato, celebrada el sábado dos de junio. Se trataba de una elección de consejeros, ciento cincuenta para completar trescientos. Más, menos, qué importa. Nada que ver con los avatares de la nación. Desde meses atrás se fue dando una escalada para planchar en toda la línea al inefable Manuel Espino, su dirigente nacional. Los adeptos a Felipe Calderón arrollaron a los Yunques ¿Y? No se planteó una discusión ideológica de fondo, no se contempló lo abismal de una ruptura. Si hubo debate, éste se dio sobre la conveniencia o no de desempolvar el libreto del presidente de la república como jefe nato del partido en el “gobierno”. Precisamente una veta de la crítica del PAN a los gobiernos del PRI.

Horas antes, el día anterior, alrededor de las 21 horas, en el municipio de Sinaloa de Leyva, cerca del poblado de Los Alamillos, rumbo a La Joya de los Martínez, en la zona del triángulo dorado que forman Sinaloa, Sonora y Chihuahua. En ese lugar, donde se reconoce uno de los enclaves más importantes del cultivo de estupefacientes en México, una camioneta pick up, ocupada por una familia, no puso atención a un retén militar y se siguió de largo. La respuesta, la reacción mejor dicho, de los soldados fue abrir fuego sobre el vehículo. El resultado fatal: tres heridos graves y dos mujeres, tres niños (5) muertos.

Pasaron las horas, llegó la asamblea del PAN y nada se decía al respecto. El barullo de la derecha reunida, se desenvolvía como si no hubiera pasado nada. La atención se centraba en la desigual lucha entre Espino y Calderón, como una complaciente cortina de humo de un acontecimiento vergonzoso que pintaba con sangre la gobernabilidad calderonista alcanzada en la asamblea del PAN, el triunfo de la derecha moderna. Nada dijo el presidente Calderón, ni ninguno de sus altos funcionarios, sobre la tragedia en tierras sinaloenses. Él estaba en lo suyo, comandar a su partido a través de sus operadores de confianza.

Tirando línea. Llamando a Vicente Fox “Presidente de todos los mexicanos y hombre historia del país”. Calderón, embriagado de elixir blanquiazul, relató una saga de ensueño del PAN, de 1939 a la conquista de la presidencia de la república sesenta y un años después, un esfuerzo premiado finalmente, llevado con heroísmo y en algunas ocasiones con martirio. Y nada se decía de dos mujeres muertas y tres niños asesinados por elementos del ejército.

A las nueve de la noche del sábado, César Nava (secretario particular de Calderón) celebraba a lo grande su triunfo como el consejero más votado por los asambleístas, pero ninguna fibra de su humanidad se movía en condolencia por lo caídos en desgracia a manos de los subordinados de su jefe. La derecha moderna pintada de cuerpo entero y su presidente sin decir nada, de viaje a Europa, aceptando “con alegría la exigencia, el riesgo, la audacia, la emoción, la aventura de dirigir a México con todo lo que ello implica”. Lo que ello implica sumir al país en una larga noche de San Bartolomé.

El domingo todo fue consignar la derrota de Manuel Espino como nota principal. El silencio oficial sobre los hechos ocurridos en el retén de Los Alamillos era imperturbable, a excepción de la CNDH que tuvo que atender la solicitud de los afectados. Y ha sido hasta el lunes 4, antes de cumplirse las setenta y dos horas de la masacre, que la secretaría de la Defensa da la cara y a resuelto consignar, para averiguación, a 19 militares.

Esa es la gobernabilidad calderonista que produjo la XX asamblea del PAN en León, Guanajuato. Gobernabilidad de paseo por el Viejo Continente, periplo durante el cual una familia recibe bendiciones de Benedicto XVI. Evento profuso en imágenes. Mientras, otra familia yace en una morgue, sin que la prolijidad de las imágenes televisivas la alcance, ni el morbo tomó su caso. No hay revuelo mediático. Se tratará de censura o autocensura en los tiempos de la derecha moderna.

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