Independientemente de la conclusión legislativa a que lleguen los diputados del Distrito Federal en el seno de su Asamblea. El debate sobre la despenalización del aborto es una derrota para el presidente Calderón, que se suma a la primera de su gestión, el inmisericorde aumento al precio de la tortilla. No será la última, ni le escamotea triunfos, la actividad política arrastra una colección caprichosa de triunfos y derrotas. Eso lo sabe él por experiencia.
Se señala la derrota porque pone sobre la mesa dos imposturas desde las cuales se ha propuesto navegar: uno es el rebase por la izquierda a los opositores de izquierda que le regatean legitimidad. En el debate sobre el aborto Felipe Calderón no quiso negar la cruz de su parroquia, él está a la derecha; la otra impostura, una va con la otra, es el planteamiento desideologizar su administración. El asunto no es negar, ocultar, la propia ideología como garantía de un gobierno imparcial, justo, legitimado, sino reconocerse en la propia ideología para desde ahí realizar un debate abierto, no enmascarado, que llegue a acuerdos verdaderos.
Este debate sobre un tema de salud pública ha sido ampliamente ganado por el PRD de la ciudad de México. Es un triunfo local de los perredistas, de aventurada capitalización nacional, que no es suficiente para compensar la complicada agenda que no han resuelto sus anteriores gobiernos de la Ciudad en materia de seguridad, transporte público, agua y medio ambiente.
Esta victoria del PRD bien puede apreciarse como una bolsa de cacahuates frente a los lingotes de oro representados por la Nueva Ley del Issste. Esta sí, una victoria del presidente Calderón que ¿sin avasallar? le ha valido a los diputados federales el calificativo de patriotas.
Para los ciudadanos de a pie, que no se detienen a comprender el par de imposturas del Titular del Ejecutivo, perciben un gobernante distante, aislado, que no los conmueve para salir a la calle a defender lo que él entiende como derecho a la vida. Claro que no se trata de dirimir en las calles el destino del país, ni de quien saca más gente a manifestarse. Pero el hecho es que el domingo pasado, la rebelde ciudad México vio colmada su plaza principal para vitorear a su presidente legítimo, de huestes no tan disminuidas. Como la izquierda que convoca Andrés Manuel López Obrador, la multitud reunida para efectos de la segunda asamblea de la Convención Nacional Democrática, es todavía un estado de ánimo al que le falta la pedagogía para evolucionar en el proyecto de nación que desean. La vulgaridad y el atrabancamiento le garantiza la inmovilidad del pantano. Sería una lástima, máxime cuando esa pedagogía está disponible en la admirable enciclopedia de la esperanza que pacientemente elaboró Ernst Bloch.
En todo esto ¿Dónde ha estado el PRI? Apoyando a fondo la ley del Issste, de bajo perfil en el debate del aborto. En un caso se debatían reparto de recursos asociados a derechos, en el otro, sólo el derecho de la mujer a decidir la interrupción del embarazo.
Se señala la derrota porque pone sobre la mesa dos imposturas desde las cuales se ha propuesto navegar: uno es el rebase por la izquierda a los opositores de izquierda que le regatean legitimidad. En el debate sobre el aborto Felipe Calderón no quiso negar la cruz de su parroquia, él está a la derecha; la otra impostura, una va con la otra, es el planteamiento desideologizar su administración. El asunto no es negar, ocultar, la propia ideología como garantía de un gobierno imparcial, justo, legitimado, sino reconocerse en la propia ideología para desde ahí realizar un debate abierto, no enmascarado, que llegue a acuerdos verdaderos.
Este debate sobre un tema de salud pública ha sido ampliamente ganado por el PRD de la ciudad de México. Es un triunfo local de los perredistas, de aventurada capitalización nacional, que no es suficiente para compensar la complicada agenda que no han resuelto sus anteriores gobiernos de la Ciudad en materia de seguridad, transporte público, agua y medio ambiente.
Esta victoria del PRD bien puede apreciarse como una bolsa de cacahuates frente a los lingotes de oro representados por la Nueva Ley del Issste. Esta sí, una victoria del presidente Calderón que ¿sin avasallar? le ha valido a los diputados federales el calificativo de patriotas.
Para los ciudadanos de a pie, que no se detienen a comprender el par de imposturas del Titular del Ejecutivo, perciben un gobernante distante, aislado, que no los conmueve para salir a la calle a defender lo que él entiende como derecho a la vida. Claro que no se trata de dirimir en las calles el destino del país, ni de quien saca más gente a manifestarse. Pero el hecho es que el domingo pasado, la rebelde ciudad México vio colmada su plaza principal para vitorear a su presidente legítimo, de huestes no tan disminuidas. Como la izquierda que convoca Andrés Manuel López Obrador, la multitud reunida para efectos de la segunda asamblea de la Convención Nacional Democrática, es todavía un estado de ánimo al que le falta la pedagogía para evolucionar en el proyecto de nación que desean. La vulgaridad y el atrabancamiento le garantiza la inmovilidad del pantano. Sería una lástima, máxime cuando esa pedagogía está disponible en la admirable enciclopedia de la esperanza que pacientemente elaboró Ernst Bloch.
En todo esto ¿Dónde ha estado el PRI? Apoyando a fondo la ley del Issste, de bajo perfil en el debate del aborto. En un caso se debatían reparto de recursos asociados a derechos, en el otro, sólo el derecho de la mujer a decidir la interrupción del embarazo.
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