martes, 20 de marzo de 2007

Dos años

Son dos los años que tiene la actual administración federal para realizar sus propósitos de trascendencia.

Uno es la guerra contra la delincuencia organizada. Con resultados visibles a partir del momento en el que se modificó el planteamiento de la guerra. Si uno se da cuenta, el decomiso de 205 millones de dólares hallados en una casa ubicada en un barrio residencial de abolengo no fue precedido del anuncio de la Operación Lomas de Chapultepec, mucho menos se tenía idea de la mafia China. Tampoco la captura de policías y ex policías coludidos con el narcotráfico en una entidad que es la puerta de entrada al sureste fue anticipada ante la opinión como Operación Tabasco.

En ambos operativos no ha habido necesidad de exhibir mediáticamente a cinco encargados de despacho: el de Gobernación, el de la Defensa, el de Marina, el de Seguridad Pública y al Procurador. Se puede presumir, pero no asegurar, que en los dos operativos aplicados descansaron en el uso y ejecución de inteligencia policial.

No se sabe cuántos operativos con este grado de eficacia se tengan que dar para ganar la guerra al crimen organizado. No se tiene el cálculo del efecto que sobre la economía tendrá esta guerra, pero que tiene un inocultable costo en vidas humanas. En esta lucha se pueden ir todos los esfuerzos de un sexenio y en ellos va la salvación del país para que no quede en manos de la delincuencia.

El otro propósito de trascendencia está en las llamadas reformas que el país requiere. Retomar la senda reformadora que se detuvo en el sexenio salinista, que ni Ernesto Zedillo, ni Vicente Fox pudieron continuar. La aprobación de la Nueva Ley del Issste, en comisiones de la Cámara de Diputados, es la ganzúa a modo para reabrir las reformas detenidas y culminar con el proceso que deja en manos de la iniciativa privada la responsabilidad absoluta de la conducción económica.

Para beneficio de la Nueva Ley, más allá del voluminoso pliego de su articulado, comunicarla con peras y manzanas será un obligado ejercicio de transparencia: cuántos recursos dejarán de ser carga para el fisco, de a cómo va estar el jineteo por tres años de las pensiones en manos de líderes corporativos, cómo se beneficiará el sistema bancario y cual es la expectativa de jubilación digna del burócrata con esta Nueva Ley. Estos y otros asuntos tendrán que ser debidamente informados, como una evaluación del actual sistema de Afores.

Lo peor que le puede pasar a esta legislación es dejar en letra chiquita el nombre de las organizaciones gremiales o empresas que se quedarán con las bolsas de esta danza millonaria. Lo peor que le puede pasar a la Nueva Ley es quedar ensuciada por la operación de una negociación charra.

Que siga el proceso de reformas y que lloren lágrimas de cocodrilo por las instituciones del régimen de la Revolución. Instituciones que van de salida, las que a contenido económico se refieren. Así se entiende el lamento, que no celebración, con el que durante los últimos años se ha conmemorado la expropiación petrolera del 18 de marzo de 1938. Y Felipe Calderón ha sido puntual con el lamento oficial.

¡Arre!, ¡arre! Con las reformas, pues si llegan a tiempo, muy bien se podrá ahorrar el gobierno el festejo del Centenario de la Revolución Mexicana. El 2010 como tiempo neoporfírico de tecnócratas agringados, donde nunca más el Estado se interponga entre el flujo de capitales y la población. Ni expropiaciones, ni legislación laboral, que todo sea asunto de particulares. Poca política y menos políticos. Un mundo desideologizado, que en la ausencia de valores realiza el imperio de cínicos. Con una izquierda desorientada, un centro quimérico y una derecha encumbrada por las encuestas y la demografía.

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