El sistema de partidos está
podrido. Los cuantiosos recursos fiscales que reciben los partidos los ha
envilecido hasta alejarlos de una amplia representatividad social. Son
organismos de interés público, pero funcionan como escaleras de ambiciones
personales y privatizan la política. Sin calidad para orientar la disputa por
el poder no son útiles a la democracia. Su incapacidad ha generado un vacío
político rápidamente ocupado por las corporaciones de medios de comunicación.
De tal modo es esto, que el año electoral del 2024 se perfila como un
plebiscito: apruebas o desapruebas el gobierno de AMLO, aunque él no aparezca
en la papeleta electoral.
En el ajo está el Poder Judicial.
Desde sus atribuciones, el PJ ha puesto en un impasse a la 4T y ha
reimplantado el gobierno dividido, el que antes se daba entre el Ejecutivo y el
Legislativo durante el lapso de 1997 a 2012. Por eso el 2024 está emplazado a
conseguir una mayoría calificada en el Congreso, no sólo la Presidencia de la
República. Así lo tiene vislumbrado López Obrador para darle continuidad a la
4T, para sacarla del impasse obligado que ha definido otro poder
constitucional.
Se quiera o no ver, la
candidatura a suceder a Andrés Manuel desde las filas de su partido y coalición
oportunista se ha convertido en el elefante dentro de Palacio. No hay dedazo,
no hay tapado, pero lo que diga el presidente es línea de conducción hasta para
una posible colisión de vectores. La encuesta y reglamentación se está tardando
y puede que se haga innecesaria su verificación. Mal signo que los interesados
comiencen a descartarse y se llegue a la priísta candidatura de unidad. Quienes
deberían llevar las riendas del proceso (Mario Delgado, Citlalli Hernández y
Rafael Barajas) están siendo rebasados, al menos desde la subjetiva república
de Twitter, lo cual está poniendo a gobernadores al mando del proceso.
Acaso es tan difícil consultar al
pueblo bueno, solicitarle en positivo a quién le otorga el sí. Para qué
enredarse en un examen de n preguntas. López Obrador se ha caracterizado
como una persona que asume riesgos. Desde su aparición en la escena nacional,
coincidentemente con su salida del PRI, ha tomado el riesgo de ir a
contracorriente en tiempos en los que nadie apostaba por el Estado del
Bienestar. Le costó años, lustros, convencer a la mayoría de los mexicanos de
su proyecto. El conservadurismo, que no es su sello, se asoma desde su encumbrada
posición.
La encuesta es el método, de
acuerdo. La tardanza abre camino al tropiezo cuando la meta es ganar la
Presidencia y el Congreso.
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