martes, 30 de octubre de 2018

Tres signos

El statu quo resopla escandalizando, lo suyo no es el cambio sino el agandalle permanente de los pocos. Me refiero a la oligarquía, digo, por si alguien se sintió aludido. La “vividorcracia” se siente amenazada. Tres signos del cambio reformista, informe si de cambio revolucionario se trata. No es el caso. El asunto es que las instituciones cumplan su propósito a favor de las mayorías. Reformismo puro para que no se espanten de una futura vocación radical del gobierno que está por tomar las riendas.


El debate sobre el nuevo aeropuerto ha sido llevado por distintos temas: el técnico aeronáutico, ambiental, ingenieril, turístico y hasta como futura gallina de los huevos de oro ¿Para quién? Las necesidades son lo de menos. La rebambaramba de la consulta de cuatro días, del 25 al 28 de octubre. Disgusto de los magnates. Para ellos sólo su voto es válido. El de quince nada más.

El desastre del proyecto, hasta ahora, ha sido su concepción como un plan de negocios para vividores. Inversionistas que no asumen riesgos y ponen en riesgo los ahorros cautivos de otros. Además, el gobierno de Peña Nieto les ha garantizado a través de la tarifa de uso de aeropuerto que la inversión no tendrá merma. El aeropuerto se paga con el impuesto mencionado. Todo un ejemplo de almuerzo gratis, del cual se ufanaba Milton Friedman y lo ponía como la quintaesencia del libre comercio. Cero riesgos en las grandes inversiones, indiferentes a la producción y al empleo. El juego es embaucar para realizar una economía extractiva, en otros tiempos se llamaba economía de enclave. Extraer riqueza blindada sin crecimiento económico óptimo para atender desigualdades. Extraer riqueza bajo el concepto de destrucción creativa (Sombart, Schumpeter) cargando el costo final al deterioro del medio ambiente. Algo se ha aprendido del debate.

Otro signo para destacar es la recuperación de la diplomacia, en los últimos años postrada o suplantada por los tratados de libre comercio (oxímoron monumental), pero sólo uno actuante y vivo, el que se ha tenido con Canadá y Estados Unidos. Relaciones exteriores rebajada a los caprichos del mercado, sustituida por sospechoso fideicomiso. Política exterior abandonada a la liviandad de una amistad, la existente entre Luis Videgaray y el yerno de Donald Trump. Revalorar la diplomacia como un no rotundo a los vividores del servicio exterior y a favor del diálogo entre naciones.

Un tercer signo del cambio que se atisba es en la comunicación gubernamental. Ya nos más subvenciones del Estado para redundar noticias en contratos que, suscritos con organismos para la asistencia pública entre otros, asisten otros intereses personales y crean lealtades mediáticas. Para ello se requiere transparencia en las fuentes de información gubernamental y nada de que se asigne información de manera privilegiada. Privilegios a comunicadores que en su versión cortesana dan cuenta del menú y hasta del aroma de las sábanas de la casa presidencial. Antidemocráticamente, antes que otros medios, acceden a la información judicial, política y policiaca. Detener la obscenidad de magnates, que en emulación de Randolph Hearst o de Rupert Murdoch, acaparan medios directamente o a trasmano, para tener acogotados a los gobernantes de turno.


Y lo que dejan estos trepidantes días en los que el statu quo reclama su carácter vitalicio. Consecuencias de una modernización bárbara, catalizadora del crimen y la corrupción.

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