martes, 25 de septiembre de 2018

¡Aguas con el zarpazo!

“A lo largo de la historia las familias pudientes han sembrado las instituciones económicas y políticas con líderes que defendieran sus intereses”
Michael Hudson

López Obrador sabe convocar a la opinión pública, a su favor o en contra. Nada más soltó la palabra bancarrota (16-09-2018) y los expertos, más quienes quisieron entrarle al tema no han dejado de comentar el equívoco o los alcances de la expresión. Los más conmovidos han sido los sustentadores del pensamiento único, sean o no economistas. Luego luego enseñan el cobre. Hacen sus jaculatorias para conservar el orden económico dominante, invocan el terror de las calificadoras, nos advierten de los mensajes brujos del mercado. Efectivamente el mundo ha cambiado respecto a la conducción de la economía. En los años setentas todavía correspondía al gobernante orientar la economía. Si están pensando en Luis Echeverría acertaron, pero no sólo él. En Alemania federal Willy Brandt, en Suecia Olof Palme, hasta en Estados Unidos Richard M. Nixón, quien liberó a los Estados Unidos del acuerdo que lo obligaba a respaldar el dólar en reservas de oro. Por supuesto, en la lista se agrega la China de Mao, la URSS de Brezhnev.

Por desgracia prevalece un pensamiento complacido en la contemplación de las variables macroeconómicas que encubren la economía real. Para salir de ese marasmo ideológico hay que entender de la historia económica, de la formación y variedad del pensamiento económico. Saberes que no están al alcance de la mayoría (me incluyo).

El establishment, dijo Marcelo Ebrard, fue derrotado el primero de julio. La mala noticia es que sigue teniendo poder, es un tigre que busca la oportunidad para lanzar el zarpazo.

Considero que el uso ocasional de la palabra bancarrota tiene que trascender más allá del “gazapo”. Es el momento de revisar el agotamiento del monetarismo, su esquema simplificador de la economía aderezado de fórmulas matemáticas no precisamente concurrentes. Lo he escrito en otras ocasiones: cuántas variables se necesitan para significar o representar la totalidad de la economía. Mucho más que las variables macroeconómicas. Los economistas deberían abundar la discusión. El éxito de la banca y de las grandes empresas, que lejos están de la bancarrota, acaso tiene que coexistir con los bajos ingresos de la mayoría de la población y la devastación ambiental. Por qué no incorporar en los criterios de una economía sana la reducción de los índices delictivos, los motivados por la consecución de dinero. Ya lo han dicho algunos legisladores, si me bajan el sueldo voy a robar; los indicadores de salud pública en relación con la alimentación nutritiva y al alcance de la población, para entender la proliferación de la obesidad; formar un clima laboral con salario remunerador, estabilidad y sin acoso o maltrato. Todo lo contrario de lo que se hace hoy en día. Como diría el clásico, “Nombre, unos genios”; considerar los efectos ambientales de la inversión extranjera, el caso de las mineras canadienses.


Los economistas tendrán que exhibir el reduccionismo del liberalismo económico extremo, su falaz postulación metahistórica. De lo contrario, estaremos condenados a padecer el paradigma de los nenúfares*.
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*Al respecto ver Michael Hudson, Matar al huésped. Capitán Swing. Madrid, 2018. p.p. 120-121.




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