De manera muy clara dos cursos de
acción se hicieron efectivos en las elecciones del estado de México: i) la copiosa
deserción del voto priísta, perder un millón de votos no es poca cosa; ii) la
operación electoral, por el partido que se le quiera ver, sigue siendo el
intruso que escamotea la voluntad del ciudadano.
De lo primero, la desbandada del
voto priísta, tiene relación con el ejercicio de dos gobiernos del PRI, el de
Eruviel Ávila desde Toluca y el de Enrique Peña Nieto desde Los Pinos. El
malestar se ha expresado en las urnas en la medida de lo posible, en la medida
que no se logró inhibir el malestar. El beneficiario del descontento, en esta
ocasión, ha sido Morena.
De lo segundo, la operación
electoral, no sé si haya una tipificación y descripción de esa actividad
divulgada por la autoridad electoral, la cual, desde su jaula de Faraday,
tampoco insiste en las medidas oportunas y efectivas para inhibir la operación
electoral. Se entiende, para la autoridad sería como escupir al cielo,
exhibirse como una autoridad burlada. O será por el razonamiento de que se
podría poner peor, el entramado electoral es demasiado grande para caer. La
pregunta es ¿Podrá la autoridad electoral contener la operación electoral de
inducción del voto en el 2018?
Sí, las elecciones federales por
verificarse en el 2018 se han instalado en la conversación pública. La
picaresca del “futurismo” vuelve e inicia su ciclo, adelantar, suponer al
partido y al candidato ganadores en la competencia por la presidencia de la
república en variedad de ingeniosos silogismos. Augurios y más augurios.
2018, como el año que se contuvo
la operación electoral el día de la votación y nadie habló del árbitro
electoral. Los contendientes dejados a sus propias fuerzas en el Coliseo. Colorida
jornada como un paseo por La Alameda de ciudadanos libres.
El PRI, congruente con las
reformas estructurales impulsadas por sus gobiernos, juega como un partido de
derecha, sin ambages, arrebata esa identidad al PAN. Un PRI fortalecido, sin recurrir
a concesiones “populacheras”, como lo ha soñado desde el cambio de guardia que abandonó
el nacionalismo revolucionario.
Bajo esa condición, el PAN, por
sustitución, ocupa el lugar de la ambigüedad del antiguo PRI para resolver sus
controversias internas. En ese terreno formará una alianza con el PRD, partido
que ya no es identificable como el partido de izquierda hegemónico y se suma al
uso de la ambigüedad. Una coalición para competir en serio.
Por medio de una convención,
Morena, MCD y PT forman un frente unificado de la izquierda conducido por López
Obrador. Asisten a la justa electoral con representación en todas las casillas
electorales, vigilantes, concluyen una elección sin alegar fraude electoral.
Digo, como para situar al país en
los parámetros de la democracia liberal, que de origen invoca al pueblo.
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