Un libro clásico de la sociología
del conocimiento, Ideología y Utopía,
de Karl Mannheim diserta sobre la oposición entre el par mencionado en la
siguiente proposición: la ideología corresponde a las ideas del presente,
actuantes y vigentes dentro de una sociedad; la utopía, en cambio, corresponde
a las ideas por realizarse, por materializarse en instituciones. Por mi parte
hago una modificación de los términos: ideología corresponde al universo de las
creencias que afirman el orden, se refieren a lo creído independientemente de su
contenido de verdad; en oposición, sustraigo la palabra utopía y pongo en su
lugar al nihilismo*, aquella disposición social a no creer nada, ni aceptar lo
que postulan los representantes del orden establecido.
Viene a cuento la referencia y la
reflexión de inicio, porque sospecho que el mensaje en alusión al tercer
informe de gobierno del presidente Peña Nieto ha contribuido a fortalecer la
disposición nihilista y flaco favor le ha hecho para remontar los déficits de
confianza y credibilidad de su gobierno. El mensaje quedó desplazado de una
banda presidencial –prenda del poder y la máxima autoridad- en trance de caerse
por el descuido del propio Presidente. También contribuyó al desplazamiento del
cuerpo del mensaje la diatriba que el propio Peña Nieto enderezo contra el
populismo y la demagogia.
Ya de por sí la exposición
presidencial del 2 de septiembre en Palacio Nacional tenía un problema de fondo
al presentarse como una secuencia de afirmaciones sin el menor esfuerzo de
explicar. En la vena autoritaria del presidencialismo mexicano al Presidente le
parece normal no dar explicaciones para ayudar a la audiencia significar la
catarata de cifras, como si cada cifra valiera por sí misma y concluyeran a la
vez en un mismo sentido: vamos por el camino correcto, lo hecho por el gobierno
está bien hecho. Sin la humildad de exponer el enlazamiento de las cifras, que
es causa y que es efecto, como se apoyan y fortalecen mutuamente. El asunto es
creer, cuestionar es malicioso.
El Presidente ha insistido en
poner los ojos sobre los cambios legislativos, pero los ojos de los mexicanos
están puestos en el día a día, la realidad descalificada como cortoplacista. El
Presidente no rompió el paradigma discursivo de otro aburrido mensaje
tecnocrático. Él reconoce que no es experto ¿Quién lo es y para qué? Pero
quienes así se ostentan en su entorno deberían ayudarle en serio, no a salir
del paso.
Fulgurantemente, el “informe”
presidencial como tema para formar credibilidad y confianza quedó fulminado el
domingo 6 de septiembre. El informe del grupo de expertos auspiciado por la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos, grupo formado para investigar la “investigación”
oficial sobre los 43 estudiantes desaparecidos de la Normal de Ayotzinapa, ha
dado al traste con los propósitos legitimadores del informe anual de gobierno.
Llegaron los nihilistas.
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*El nihilismo no es sólo una
filosofía más que haga escuela o busque adeptos, es, en el uso de la palabra
dado en un contexto, un término adoptado por la literatura rusa del siglo XIX –Iván
Turguenev en particular- para nombrar un ánimo social de desencanto, de
certidumbre derruida sobre lo maravilloso y ensoñador del mundo, en este caso,
relativo al imperio zarista de Alejandro II, embarcado en una modernización anclada en los
privilegios y la desigualdad.
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