El lenguaje del poder procura la
unanimidad, aunque sea sospechosa, e inventa para ello una realidad homogénea,
sin fisuras, de un solo trazo. Sin intercambio abierto y franco, pues el
diálogo se esteriliza en elogios mutuos. Así son la mayoría de los eventos
donde se emite la voz presidencial en México.
De evento en evento, la verdad se
asoma, lo heterogéneo emerge involuntariamente, tímido y sin voz, nos muestra
desde sus abismos, la cima y la sima. Entre el Centro Libanés de la ciudad de
México y el México indígena del Valle del Mezquital, en Hidalgo. El doble
discurso. Uno, el de la modernidad reformadora, el otro, populista bajo el
mensaje del subsidio.
Sabemos pues, que el hombre más
rico de México es de origen libanés, como sabemos que ningún indígena es
multimillonario en México. Sabemos de seis secretarios del gobierno federal
descendientes de libaneses ¿Cuántos indígenas hay en el gabinete? ¡Ninguno!
No es mi interés bordar sobre el indigenismo,
pero sí resaltar lo que desde el poder se quiere minimizar: la persistencia de
profunda la desigualdad social. Desigualdad que se combate con promesas
supuestamente gestoras de un futuro mejor o, como dice la autoridad en turno, “llevar
hasta el final la feliz conclusión y concreción de estas reformas que nos hemos
trazado.”
En esos foros, el lenguaje del
poder imposta. Las elecciones del 7 de junio son un respaldo de la sociedad al
actual gobierno. Cómo entender si los votos a favor del PRI disminuyeron
respecto a la elección del 2012 que lo eligió. Además, el padrón electoral
creció. La afirmación presidencial merecería matización. De dónde entonces se
saca el respaldo, no de la marcha de la economía como se afirmó, sino del voto
duro y ya.
Igual se está cuando se exponen
cifras, índices económicos. Se afirma que crece el empleo, pero, por qué no lo
hace de igual manera la economía. Una interrogante que se repite pues fue
exhibida con anterioridad durante el gobierno de Felipe Calderón, para su mofa.
Con qué cara los datos sobre el
desempleo del mes de abril, o los referidos al consumo del mes de mayo, dan pie
para echar las campanas a vuelo. El Presidente quiere hablar de economía, muy
bien, adelante. Tómese en cuenta que los ciudadanos en su abrumadora mayoría no
somos economistas y amerita una exposición con peras y manzanas, sin metonimia,
esto es, el cuadro completo que hable del tamaño de la economía mexicana, de su
crecimiento, de la distribución, la balanza comercial, de las inversiones, de
los salarios, además del empleo y el consumo, de la competitividad y la
productividad. Todo sin incluir las llamadas “externalidades”.
Me gustaría que esa exposición
presidencial en cadena nacional, en un panel de economistas, no sólo de
tecnócratas. Sería un interesante ejercicio didáctico y democrático. Son tres
años por delante y el discurso de las reformas se desgasta en el presente si la
economía no reacciona conforme a lo supuesto. Sería una catástrofe de fin de
sexenio salir con la batea de babas de los gobiernos de la era tecnocrática,
seguir alardeando el rumbo correcto, con los motores bien ajustados, para que
la economía no despegue hacia altos vuelos. Si eso pasa, señor Presidente, no
se preocupe, tiene asegurado el exilio en el Líbano ¡Por lo menos!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario