martes, 23 de junio de 2015

Entre indígenas y libaneses


El lenguaje del poder procura la unanimidad, aunque sea sospechosa, e inventa para ello una realidad homogénea, sin fisuras, de un solo trazo. Sin intercambio abierto y franco, pues el diálogo se esteriliza en elogios mutuos. Así son la mayoría de los eventos donde se emite la voz presidencial en México.

De evento en evento, la verdad se asoma, lo heterogéneo emerge involuntariamente, tímido y sin voz, nos muestra desde sus abismos, la cima y la sima. Entre el Centro Libanés de la ciudad de México y el México indígena del Valle del Mezquital, en Hidalgo. El doble discurso. Uno, el de la modernidad reformadora, el otro, populista bajo el mensaje del subsidio.

Sabemos pues, que el hombre más rico de México es de origen libanés, como sabemos que ningún indígena es multimillonario en México. Sabemos de seis secretarios del gobierno federal descendientes de libaneses ¿Cuántos indígenas hay en el gabinete? ¡Ninguno!

No es mi interés bordar sobre el indigenismo, pero sí resaltar lo que desde el poder se quiere minimizar: la persistencia de profunda la desigualdad social. Desigualdad que se combate con promesas supuestamente gestoras de un futuro mejor o, como dice la autoridad en turno, “llevar hasta el final la feliz conclusión y concreción de estas reformas que nos hemos trazado.”

En esos foros, el lenguaje del poder imposta. Las elecciones del 7 de junio son un respaldo de la sociedad al actual gobierno. Cómo entender si los votos a favor del PRI disminuyeron respecto a la elección del 2012 que lo eligió. Además, el padrón electoral creció. La afirmación presidencial merecería matización. De dónde entonces se saca el respaldo, no de la marcha de la economía como se afirmó, sino del voto duro y ya.

Igual se está cuando se exponen cifras, índices económicos. Se afirma que crece el empleo, pero, por qué no lo hace de igual manera la economía. Una interrogante que se repite pues fue exhibida con anterioridad durante el gobierno de Felipe Calderón, para su mofa.

Con qué cara los datos sobre el desempleo del mes de abril, o los referidos al consumo del mes de mayo, dan pie para echar las campanas a vuelo. El Presidente quiere hablar de economía, muy bien, adelante. Tómese en cuenta que los ciudadanos en su abrumadora mayoría no somos economistas y amerita una exposición con peras y manzanas, sin metonimia, esto es, el cuadro completo que hable del tamaño de la economía mexicana, de su crecimiento, de la distribución, la balanza comercial, de las inversiones, de los salarios, además del empleo y el consumo, de la competitividad y la productividad. Todo sin incluir las llamadas “externalidades”.

Me gustaría que esa exposición presidencial en cadena nacional, en un panel de economistas, no sólo de tecnócratas. Sería un interesante ejercicio didáctico y democrático. Son tres años por delante y el discurso de las reformas se desgasta en el presente si la economía no reacciona conforme a lo supuesto. Sería una catástrofe de fin de sexenio salir con la batea de babas de los gobiernos de la era tecnocrática, seguir alardeando el rumbo correcto, con los motores bien ajustados, para que la economía no despegue hacia altos vuelos. Si eso pasa, señor Presidente, no se preocupe, tiene asegurado el exilio en el Líbano ¡Por lo menos!


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