Constructores de la época en
curso: Ronald Reagan, Margaret Tatcher y Karol Woijtila. Los dos primeros se
esforzaron por hacer del mercado una religión y lo lograron. El tercero se
encargó de la tarea ideológica de acelerar el desprestigio del bloque soviético
para acabar con el Pacto de Varsovia.
Reagan y Tatcher tienen a su
mejor continuador en la señora Angela Merkel, quien dirige los destinos de
Alemania y es primera voz de la Unión Europea. Por su parte, Juan Pablo II, al
morir en 2005, dejó una iglesia católica sumida en el escándalo y el
descrédito. Su sucesor, Benedicto XIV, erudito y melancólico, prefirió abdicar
como jefe de los católicos. Después de ocho años, un nuevo sucesor, Jorge
Bergolio, se hace cargo de tan inmenso desastre espiritual. El Papa Francisco,
argentino de nacimiento, retoma la bandera de la humildad. Eso parece. Un giro
que puede transformarse en dique contra la soberbia del fundamentalismo del
mercado.
Es en este dominio cultural donde
se forman políticamente Barack Obama y Enrique Peña Nieto, presidentes de
Estados Unidos y México, respectivamente. Es lógico que en su encuentro del
primero de mayo recién, hicieran química en el tema de la economía y se demostraran
dispuestos a fortalecer los vínculos económicos. Sobre esa base de acuerdo el
tema de la seguridad no los confrontó, más bien, se dio cauce a modificar el
esquema de entendimiento que se dio con los gobiernos de Vicente Fox y Felipe
Calderón, pírricos vengadores de los cristeros.
Obama y Peña Nieto pertenecen a
esa etapa de la modernidad despectivamente llamada “neoliberalismo”. Etapa que
se considera autocreada, sin antecedentes, fundacional. Para los dos
presidentes, la Ilustración es sólo modernidad primitiva, remota y ajena. Esta
caracterización sorprende en el caso de Obama, negro, hijo de migrantes
africanos, ayer alcalde de una de las ciudades donde se conserva algo del Estado
del Bienestar. Quien en la campaña, victoriosa a la postre, de su primera
conquista de la presidencia del país más poderoso se presentó como reformador
del capitalismo. La crisis financiera del 2008 le despojó de esa bandera. Ahora
nos damos cuenta que la diferencia de él con George W. Bush sólo es el color.
Este Obama se presentó el jueves
pasado (02-05-2013) ante una audiencia higiénicamente dispuesta en el patio
central de Museo Nacional de Antropología e Historia. Con una oratoria, por
momentos nerviosa, Obama vendió a los allí reunidos el sueño americano. No le
informaron que los allí reunidos hace tiempo lo compraron.
Obama y Peña Nieto se mostraron
como hijos de su época, ignorando que la solución de los problemas de nuestro
tiempo (farmacodependencia, delincuencia organizada, desigualdad extrema) es la
reforma del capitalismo. De no replantear la operación actual del capitalismo,
la violencia seguirá campeando por lo que resta de esta década.
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