La incertidumbre que plantea un
nuevo gobierno no sólo tiene visos de resolución en los primeros cien días de
gobierno, como ya se expuso. Tampoco se acota con la asunción formal y el
discurso inaugural. Para el caso de la especulación sobre el gabinete esta no
tendría que ser si se conociera como parte de la propuesta electoral, como lo postuló
Andrés Manuel López Obrador.
Si usted quiere ser Presidente
dígame por favor quién será su equipo de gobierno. Es una cuestión atendible
para una democracia madura, caso que no es el de México.
Esa deficiencia se puede
enmendar, superar o arreglar, situándose más allá de la adivinatoria sobre los
hombres del Presidente.
Se adelanta, en calidad de
trascendido, que el día jueves 29 de noviembre Enrique Peña Nieto anunciará el
gabinete, el conjunto de secretarios que lo acompañará en su gobierno. Tinta ha
corrido, intereses no se han dicho, pero el ejercicio puede resultar divisorio
después del anuncio.
También puede resultar la
demostración de la capacidad para formar equipo y conducir del gobernante que
accede a la principal representación del Estado. La decisión demostrará de qué
está hecho el peñanietismo.
Demostrar que no se trata de
cuotas y de cuates, como lo señalara el ayer senador Beltrones respecto al equipo
de Felipe Calderón. Apostar, comprometer más bien, por un gabinete al servicio
de los gobernados. Exponer desde el principio por qué se ha tomado cada una de
las definiciones, qué es lo que se les exige de acuerdo con el puesto y señalar
lo que no se les va a tolerar en la desviación del encargo. Que el gabinete se
ponga al servicio de los ciudadanos. Así se entendería el sentido del pregón o
la proclama de una Presidencia Democrática. Mucho allanaría al gobierno
entrante, como desdramatizar la toma de posesión.
Parece sencillo, no lo es. La
clase política no es homogénea, ni actúa en el vacío. No se sabe, por otra
parte, cuál será la actuación de los grandes capitales, armarán la estampida o
impulsarán la espiral inflacionaria. Realmente están dispuestos a cooperar con
el nuevo gobierno. Esa incógnita es más sobresaliente que el tamaño de la
protesta de la izquierda el día primero de diciembre próximo. Una posible
desbandada de capitales no tiene policía ni autoridad que la detenga, pues la
economía global es su imperio y de su desastre social nadie se quiere hacer
cargo.
La actual encrucijada es el reto para una presidencia que se quiere democrática y está bajo acosos múltiples.
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