21 de marzo, natalicio de Benito Juárez, fundador del Estado Laico mexicano. La separación tajante del poder civil respecto al poder religioso es el agradecimiento que todavía le tenemos a él y a los Constituyentes de 1957. Cierto es que la separación se ha diluido, pues los clérigos han recuperado influencia sin que hasta ahora se reporte beneficio alguno para las aspiraciones de identidad de esta nación pues hace décadas que el régimen, que lo fue de partido hegemónico, decidió reformarse. Fue en 1979, cuando de manera inconsulta el entonces presidente de México, José López Portillo, decidió reanudar relaciones diplomáticas con el Estado Vaticano, olvidándose que detrás de la Cruz está el diablo. Así se dio el toque de salida para desmantelar el Estado mexicano, sus pilares fundacionales (Curiosamente la reforma política impulsada por López Portillo dos años antes, sería el último esfuerzo del régimen revolucionario por legitimarse, la nacionalización de la banca en 1982 fueron patadas de ahogado)
Los sucesivos gobiernos de México decidieron reformar al país desde los dictados de la globalización y el fin de la Guerra Fría. Con la mayor prontitud se inició el proceso de reprivatización bancaria, lo cual no tuvo mayor oposición pues ese sector de la economía bien pudo convivir con el régimen de la revolución. Lo que si representaría una ruptura con el régimen fue la reforma del artículo 27 Constitucional y la nueva Ley Agraria. Se trató de una ruptura porque clausuró el compromiso del Estado de ofrecer tierra a los campesinos solicitantes, fue una reforma razonable pues el recurso no era, ni es reproducible ad infinitum. En lo que falló esta reforma fue en sus expectativas de atraer ríos de inversiones al campo mexicano y convertir en exitosos farmers a los ejidatarios. Hoy importamos más que nunca alimentos y los pueblos rurales se están vaciando por la migración a las ciudades y a los Estados Unidos. Sin otras oportunidades, se ha creado una abundante oferta de mano de obra para el crimen organizado. Fenómeno que nadie imaginó.
Se avanzó en el proceso de insertar a la economía mexicana, como si realmente hubiera estado al margen, dentro de la economía de mercado. Más bien lo que se presionaba era por desmantelar la intervención del Estado en la economía, como si eso fuera una realidad vigente en todo el orbe. Se pactó el tratado de libre comercio de América del Norte y nos anotábamos hacia el placebo del consumismo ¡Ya éramos modeeernos! Pero nos volvieron a chamaquear. Se olvidaron los modernizadores que para competir en las grandes ligas se requería de empresarios hechos a la competencia, no por obra y gracia de la concesión y el favor gubernamental.
Se quiso avanzar en la reforma del sector energético y no se pudo formalizar esa reforma en tiempos de Ernesto Zedillo, pero se crearon mecanismos de nula pulcritud legal para desmantelar ese sector paraestatal de la economía (Se enseñó el camino que puntualmente siguió Vicente Fox y continua Felipe Calderón) Como no se podía continuar la venta del país se concedió la alternancia, que no la democracia, para que a partir de esa legitimidad se concluyera el desmantelamiento del régimen de la revolución. Con Fox se permitió, sin sanción obligada, la intervención del clero en la política. Con Calderón hemos llegado a la situación de que la seguridad nacional se la encargamos a los Estados Unidos, no es una afirmación nacionalista o izquierdosa, WikiLeaks lo ha develado.
A dónde hemos llegado: a más pobreza, más desigualdad, más delincuencia, más corrupción, más oscurantismo. Se han creado las condiciones perfectas para el desarrollo del crimen organizado. Nos encontramos en un estadio de degradación del Estado Nación que no atisba más opción que el neocolonealismo o la guerra civil.
Qué se espera de la reforma laboral en la que el PRI ha metido la mano de gato para sacarla adelante. Hasta ahora no se han promocionado los beneficios reales que tendrá el trabajador. No se propone poner un alto a los privilegios de la burocracia sindical. Exime de responsabilidades a los patrones a cambio de los derechos de los trabajadores. Se asegura que habrá más competitividad de las empresas y con ello la economía ahora si será un tigre del mercado. Si, como no. Se trata de liberar a los empresarios de responsabilidades, que entre más grande sea su empresa será mejor beneficiada. Se trata de acabar con la solidaridad del derecho laboral mexicano que obligaba a los empresarios a velar por el futuro de sus contratados. De legalizar una realidad que ya es dominante en las grandes empresas que no quieren comprometerse con el futuro de sus empleados y trabajadores, como Banamex y Grupo Modelo, por dar ejemplos sobresalientes. Qué se va alcanzar con la reforma: más informalidad en la economía, más migración, más delincuencia.
Si se quiere terminar de entregar el país a los Estados Unidos y a un puñado de empresarios cambiémosle el nombre. Ya no es México, de ahora en adelante es “Mexicolandia”.
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