Si algo está en caída libre es la credibilidad de nuestros actores públicos. El colmo es el Road show que informa el fin del cautiverio de Diego Fernández de Cevallos. Para decirlo en el lenguaje de los ladrones viejos, muy a modo con el personaje secuestrado, “no sean patrañeros”. Se necesita ser muy pendejo para creer la historia que echó a circular queretano hidalgo. Si en los medios se cuentan historias, porqué no poner a disposición de la audiencia una sospecha diferente.
Primero: cuando el mes pasado El Universal afirmaba que el Hidalgo había sido liberado dio la noticia exacta. Lo que no le dijeron a ése medio es que el secuestrado y los secuestradores se pusieron de acuerdo para hacer oficial la noticia. No es casual que los comunicados de los todavía misteriosos desaparecedores y la aparición de Diego tengan horas de diferencia.
Segundo: una vez salido del cautiverio, la privilegiada víctima se fue a un SPA –posiblemente de su propiedad- le hicieron cuidadosa exfoliación de la piel, le aplicaron baños de agua fría y caliente, cremas hidratantes con la limitante natural de no poderle remover las manchas de la piel típicas de la tercera edad. El proceso no era de un día para otro, menos considerando que se tenía que presentar ante los medios. Pero había que dejar un indicio del secuestro: la barba crecida.
Tercero: culminado el procedimiento de recuperación física, del cual mucho podría informarnos la esposa de Jesús Ortega, las condiciones para salir a los medios estaba puesta. Diego se puso al volante de su quijotesco Mercedes Benz, se dirigió al frontispicio de su residencia en Lomas de Virreyes, Delegación Cuajimalpa del Distrito Federal para demostrar, sin declararlo, que le quitaron millones de dólares y sigue siendo rico. Por si alguien creía que Fernández de Cevallos era medio Puto, lo primero que declaró fue su asunción como hombre, machín para el vulgo. Seguidamente se declaró ciudadano, verdadera contradictio in adjecto de alguien que se asume en los valores de Medioevo.
Cuarto: después, el susodicho fue a visitar a su amada dulcinea, quien gozosa lo recibió con una vagina henchida de billetes.
Lo que vino después, las entrevistas en Radio Fórmula y en El Noticiero, fueron el merengue y la cereza del pastel, nada más. No sin antes dejar en libertad el fantasma del anticomunismo, faltaba más.
En la rebambaramba mediática nadie recordó que Luisa María, la hermana del primer tonto del país, en sus tiempos de senadora hizo una propuesta de ley dirigida a los que practican el tráfico de influencias como el llamado “Jefe Diego”. Digo, por si alguien todavía se atreve a reconocer la honorabilidad de privilegiada víctima.
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Lo escrito está con la rabia y el dolor que siente el pueblo de San Martín de Texmelucan, Puebla.
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