Los festejos patrios han concluido. La doble conmemoración cerró el pasado 20 de noviembre como un mero trámite de tremenda ironía, según Pablo Hiriart ( Homenajes a Don Porfirio) La Independencia y la Revolución han quedado enterradas. No se hizo un acto de efectiva unidad nacional, menos de unidad de los dirigentes políticos de este país. El fervor no salió a las calles, el miedo se encargó de recluir en sus casas a los mexicanos. Los festejos cívicos han perdido poder de convocatoria, siguen los festejos religiosos del maratón Guadalupe – Reyes, los que exhibirán una modernidad remisa.
Ha desaparecido el Estado o algo lo levantó, pues ahora la muerte violenta expedida por arma de fuego es cosa de todos los días, en cada hora. Las instituciones son impotentes para evitar el delito que se extiende por todo el país, también son impotentes para investigarlo y castigarlo. La facilidad con la que actúa el crimen es prueba evidente del vacío de la autoridad.
A los hechos habrá que remitirse. Nada más concluida la fiesta, al siguiente día un exgobernador –Silverio Cavazos Ceballos- es ultimado a las afueras de sus casa en Colima, delante de un testigo y sin que sus escoltas pudieran defenderlo. Sospechoso crimen el del día 21 de noviembre, como si se quisiera la consumación del delito como parte de una limpieza de todo pasado de nación establecida, rediseñando una colonia con un conjunto de adicciones disímbolas que están en todas partes y de distintos calibres: un poder imperial (no es alucinación Al servicio del Pentágono , industria del entretenimiento, juguetitos electrónicos precursores de la infantilización, comida chatarra, bebidas embotelladas, etc.
Y el gobierno federal, dispensador de sentidos pésames, de condolencias hipócritas, va de nuevo con su cantaleta preferida de que seguirá el camino correcto, que con mucho gusto aumenta el presupuesto para la seguridad, sobre todo si se trata de una compensación por riesgos en el desempeño del deber. Un desastre planificado para fortificar las seguridades de un puñado de sinvergüenzas, desfondando la tranquilidad y la seguridad de cada ciudadano. Sin la menor preocupación de lo que vendrá, Felipe Calderón está confiado de que cumplidos los seis años de ejercicio fallido, se podrá ir a donde le plazca, con pensión en la cartera y sin que el juicio político lo alcance.
Se acabó la fiesta que quiso ser cívica, sigue la resaca a la que no se le ve remedio en los próximos dos años.
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