martes, 24 de agosto de 2010

Bajo las ruedas, un puente ...



La oscuridad antes de romper el alba, sobre la “Pista” que enlaza a Cuernavaca y anexas, vamos a la ciudad de México. Ya por la tarde de ése domingo en la Capital, siguiendo noticias en la red, se despliega información sobre cuatro personas ejecutadas que fueron colgadas bajo el puente, a la altura del exclusivo fraccionamiento Tabachines. Epidérmica sensación de horror por haber atravesado con tangencial proximidad el teatro del crimen, cuando todavía no se habían retirado los cuerpos suspendidos de respectiva cuerda. Las imágenes que el semanario Proceso publica en línea están como testimonio gráfico del macabro suceso, que ahorra cualquier descripción de la escena en su brutal carnicería.


Pensar que son sucesos que dan pie a reclamar a la autoridad en cada uno de sus tres niveles por la inseguridad rampante. Sucesos que en su pavorosa repetición pudieran conformar resignación y tolerancia hacia el crimen, aceptarlo como destino aplastante.


Es la sopa diaria que no tenemos porqué ingerir. No la queremos y los mecanismos institucionales para retirar esa sopa sangrienta del menú se ven impotentes hasta para hacer creíbles las afirmaciones triunfalistas que ofrece el alto mando del país. La información base para el combate a la delincuencia se aprecia fragmentada por dependencia, en un caos ajeno a lo que sería una eficaz inteligencia policial. Hay una total indiferencia hacia los muertos que se van directo a la fosa común, sin que los alcance una investigación del Ministerio Público y el duelo de sus familiares. Almas en pena que reverberan ya en el territorio de la nación.


Suponiendo que no existe un plan perverso o acción concertada para generar un horror colectivo, por parte de quién sabe quién, que explique la cotidiana explosión de ejecuciones que forman historia previa que haga incontenible la militarización.


Considerando que se dé una colaboración efectiva entre dependencias, órdenes de gobierno y poderes públicos para producir inteligencia que le eche el guante a la delincuencia.


Tanta mortandad por el recurso de la ejecución nos quiere decir algo y no se le ofrece escucha. No se escucha por que nos habla de la mala calidad de vida social, económica y política. Será acaso por ello necesario generar conocimiento que genere una mejor estrategia. Por ejemplo, que el servicio médico forense, comisiones de derechos humanos y organizaciones civiles concurran para hacer socio demografía necrológica que nos informe de las raíces de esta violencia: para identificar qué familia, qué sociedad, qué economía, qué identidades culturales han forjado la socialización del estilo de vida delincuencial que produce este desfile de ejecuciones que parece interminable. Producir pues el conocimiento para rehacer la convivencia.


Porque no es cuestión de enfocar policíacamente el problema, de formar más y mejor policía. Eso es reducir el combate al fenómeno delictivo.

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