lunes, 5 de abril de 2010

Una foto y sus consecuencias



En qué tobogán de violencia y desinformación oficial está metido el país, que un terremoto ocurrido el domingo 4 de abril en Mexicali, Baja California, no se convierte en el principal interés desplegado por los matutinos impresos del día siguiente. El revuelo generado por el híbrido periodístico presentado por la reciente edición dominical del semanario Proceso, le dio amplificación a la realidad que no quiere ver el gobierno: el narcotráfico y su capilaridad desarrollada al interior del Estado mexicano.

Inusual foto de portada es la presentación de lo que quiere ser entrevista, que forzada se desliza como una crónica sancochada y concluye haciendo el perfil del capo Ismael “El Mayo” Zambada. El punto no es si se trata de un trabajo periodístico meritorio, eso queda para el ego y la polémica de los periodistas. El asunto es que el material presentado no sólo confirma lo ya sabido sobre el narcotráfico en México, sino que el crimen organizado, uno de sus cárteles, quería dar un mensaje y lo logró. Para bien o para mal, Julio Scherer García aceptó el papel de mensajero, cosa común entre los periodistas, aunque luego les ofenda que así los consideren. Pero esa es discusión de los periodistas.

El mensaje del capo es escalofriante: pueden acabar conmigo, pero no con el negocio del narcotráfico. Tal parece que se trata de un mensaje póstumo, de quien se siente con los días contados. En unas cuantas pinceladas, “El Mayo” Zambada ha destrozado la línea propagandística del gobierno en su guerra contra el narcotráfico. Quedan sin cobertura oficial los dichos de un gobierno que se le exhibe débil pues está infiltrado por el crimen organizado, más allá de lo que se quiere ocultar con publicidad reiterativa y planas compradas con el dinero del erario.

Por otra parte, la especie periodística no tiene mayor revelación: que el narcotráfico está arraigado en la sociedad, ya lo sabemos. El Ejército ha hablado de 500 mil familias involucradas; que el narcotráfico incide en actividades económicas como la agricultura y la ganadería es cosa sabida, pero casi nada se ha hecho por seguir los circuitos financieros; que las autoridades están corrompidas no es información recién horneada y es la fecha de que no ha caído un pez gordo.

Lo que más duele es que este capo, que presume tácticas de guerrillero y de habilidades empresariales, haya sentenciado que para el gobierno de Calderón esta guerra está perdida. Duele más cuando el gobierno aludido, que ha apostado su credibilidad y legitimidad en particular empeño bélico, se sume en el silencio, esperando que una oportuna información de la DEA le señale con precisión el paradero de uno de los capos más buscados.

Mientras eso ocurre, la guerra de Calderón ha dañado uno de sus soportes que le permitieron acceder a la Presidencia “haiga sido como haiga sido”: los gobiernos estatales del norte del país de filiación priísta. No se ve cómo repararlo o si de plano el Presidente está dispuesto a atravesar el Rubicón y dar a conocer públicamente a qué tipo de pacto llegó con los gobernadores y la dirigente vitalicia del SNTE para alcanzar la Presidencia de la república. Una descubierta de insospechadas consecuencias, como la de confirmar que el futuro se nos adelantó: el narco presidente está aquí, nada más que él no se ha enterado.

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