Al parecer, el jefe de gobierno del Distrito Federal ha tenido a bien concluir el cuento de “Juanito”. Cuento que contó con muchas manos en su elaboración y por lo cual no se sabía de quien era autoría original, hasta el PAN se puso a arrastrar el lápiz a través de su dirigente local en la Ciudad de México. Por más de un mes los medios hicieron de la bobería noticia. Gracias Marcelo por poner el punto final, ojala que todos tu retos los resolvieras con la agilidad que mostraste en este caso.
No nos hagamos bolas, “Juanito” fue un cuento que inicio el PRD y a ese instituto le correspondió concluirlo. La distracción se acabó y es necesario voltear la vista hacia lo que el gobierno federal no quiere que veamos desde el cinco de julio pasado: la derrota electoral de su partido que es la derrota de Felipe Calderón.
Si en el año dosmilseis, la elección presidencial dejó un Ejecutivo sin una victoria contundente. Elección en la que, recordemos, el PAN obtuvo 15, 000, 284 votos, el PRD 14, 756, 350 y el PRI 9, 000, 301, en la que la diferencia entre el primero y el segundo fue del 0.58%, mientras que la suma de los votos del PRI y PRD fue de más de 23 millones con un claro No a Felipe Calderón. Elecciones presidenciales que finalmente fueron dirimidas en el Tribunal Electoral con un alto riesgo para la continuidad constitucional del traslado del Poder Ejecutivo a un nuevo presidente de la república. Aún así, Calderón y su grupo actuaron como si hubieran tenido un mandato arrollador.
Para el año dosmilnueve, el presidente Calderón quiso hacer de la elección federal para renovar la Cámara de Diputados una especie de plebiscito que confirmara su mando. Con ello se expuso a que el resultado pusiera en entredicho su mandato obtenido por la vía judicial. En efecto, su mandato fue cuestionado. El PRI sacó una ventaja contundente sobre el PAN que superó el 8 por ciento de diferencia. Esa es la realidad que niega Felipe Calderón, no acepta que su apuesta al plebiscito simulado ha terminado por disminuir aún más su mando. Realidad que ni con encuestas, ni con publicidad se puede ocultar. Tres años no sirvieron para fortalecer el mando.
Desde el mismo seis de julio el presidente Calderón debió dar un giro claro en la conducción del país, con un planteamiento acorde a la realidad política surgida de las elecciones, pasando desde ya la barredora sobre su gabinete, como muestra de que entendió, ahora sí, el mensaje de las urnas. Pero no es así, le da largas al asunto y desde el 2 de septiembre reinaugura el discurso del cambio para mantenerse en sus cuatro. Nada más que ahora pone el combate a la pobreza como su principal bandera y garlito de su paquete económico.
La verdad es que el primero que tiene que cambiar de esquema es el mismo Calderón, de su concepción de la acción del Estado. Lo que deja ver es que le resulta totalmente ajena una concepción del Estado como factor del crecimiento económico y promotor del desarrollo. Para él, el Estado se resume en recaudar impuestos y echar andar el aparato policíaco. La economía no le compete al Estado, aunque constitucionalmente se afirme lo contrario. Felipe Calderón está afectado de soberbia y en nada tiene que emular a sus pares, según él. No acepta que un verdadero Jefe de Estado tiene que afrontar decisiones por encima de sus creencias y, con mayor razón, de sus dogmas.
Se acabó el cuento de “Juanito” ¡Volvamos a la realidad!
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