En el lenguaje de la diplomacia, cumbre es la expresión para significar la reunión de máximos dignatarios para tratar asuntos que los vinculan o amenazan. No siempre colman la mayor elevación de la comprensión mutua entre naciones. En el caso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que inició su vigencia en el año de 1994, periódicamente convoca a una cumbre que con el paso de los años pierde elevación, es decir, con resignación se alcanza al último grado a donde se puede llegar.
La crisis económica mundial ha obligado a los países a revisar sus estrategias nacionales para posteriormente atender sus prioridades internacionales. A esta cumbre entre Canadá, Estados Unidos y México, que se desarrolló en el Instituto Cultural Cabañas el 9 y 10 de agosto, Felipe Calderón asistió como un anfitrión sin oferta pero con demanda, limitado por la crisis que encuentra su salida en la reactivación de la economía de sus socios en tanto que no se tiene el talento y la audacia para reordenar la casa, por miedo a ofender a los grandes capitales o a la excomulgación de la iglesia católica.
El gobierno de México se mantiene anclado a un paradigma que compró obligado por otras crisis, paradigma resumido en la consigna de menos gobierno más empresas, paradigma que no pudo dar de sí la prosperidad que prometía pues dispuesto en un sendero de corrupción e impunidad no encontró las condiciones de la abundancia que anunciaba. O sí las encontró, pero fue para unas cuantas familias que pudieron influir en las decisiones de política económica a costa de incrementar la pobreza y la desigualdad. La prosperidad de la gente, alentada por las políticas públicas, no fue considerada como fundamento del desarrollo empresarial. La economía informal y el crimen organizado se constituyeron en “alternativa” y terminaron por crear las condiciones hacia la hipótesis del Estado fallido.
El contexto de la cumbre de América del Norte es desfavorable para México si se parte del supuesto de que la demanda que se haga a nuestros socios depende nuestro bienestar, si se considera que la crítica situación económica por la que atraviesa el país se soluciona con un tratado migratorio con Estados Unidos o con la cancelación de la solicitud de visa a los mexicanos que se desplazan al Canadá.
Reordenar la casa no es sólo combatir al crimen organizado y levantar un muro con el nombre de cada uno de los policías caídos. Como tampoco sirvió durante el foxismo la declaratoria de santos, mártires y beatos por parte del Vaticano. Reordenar la casa inicia con la optimización de los recursos del Estado, no como recorte o disminución de los mismos, sino como su aplicación oportuna que efectivamente genera riqueza y la redistribuye. Lo que se dejó de hacer en quince años de vigencia del TLC y que nos pone como país en calidad de compañeros de ruta pero no de socios, a remolque de las decisiones que no nos pertenecen, que se imponen porque la fortaleza interior se encasilló en la agotable provisión de recursos naturales como el petróleo.
La cumbre de Guadalajara ha dejado ver el abismo de la diferencia grande entre las economías y las sociedades representadas en la reunión, precisamente lo que el instrumento del TLC se proponía era acortar la diferencia, al menos esa fue la ilusión al crear un bloque comercial.
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