La densidad del pesimismo se palpa en la opinión publicada de los últimos días. La pugna entre el calderonismo y el foxismo sigue tan campante, como si no existiera crisis económica, como si el crimen organizado estuviera inmovilizado –los decapitados aparecidos en el estado de Guerrero son una demostración que niega rotundamente esa posibilidad.
Los partidos no encuentran la ruta hacia el prestigio o el reconocimiento ciudadano. El Partido Revolucionario Institucional es tuerto visto como rey. Los partidos de Acción Nacional y de la Revolución Democrática enfrentan traumáticos disensos internos. Tan pobre es el espectáculo que la nota del corazón que se arma alrededor del gobernador mexiquense Enrique Peña Nieto salta por todos los medios.
La política no se agota en este panorama, hay que hablar de los regresos, de quienes no teniendo cargo público y encontrarse virtualmente exiliados de los partidos, tienen capacidad de articular intereses para lo que venga. Carlos Salinas de Gortari y Andrés Manuel López Obrador.
Del primero, Fidel Samaniego ha dado un avance en El Universal, haciendo un recuento de sus apariciones en lo que va del presente siglo y no se resume en un ajuste de cuentas contra su sucesor, Ernesto Zedillo. Sus apariciones son lo de menos frente al recuerdo que han hecho los empresarios en su propuesta de reactivar la política de los pactos económicos. Los empresarios están preocupados y no ven las decisiones del gobierno con la fuerza de agrupar voluntades para el tramo incierto de la crisis, por el contrario, el secretario de Economía los desconcierta. Por eso han declarado, urge llamar a los factores de la producción para ponerse de acuerdo en los términos comunes para enfrentar la crisis económica. Se trata, para llamarlo de alguna manera, el camino elitista para enfrentar la situación actual.
Del otro lado está López Obrador, con su influencia disminuida dentro de su propio partido, asistido para efectos electorales del Partido del Trabajo y Convergencia como piso institucional que le dará juego en las próximas elecciones federales. Eso no le quita el sueño, su instinto le dicta fijar su atención en la situación económica imperante y la idoneidad de organizar a la población contra la crisis. El acento está en la movilización social que no requiere de formalidades para establecerse, es decir, no necesita pedir permiso, un desplegado otorga legitimidad mínima como plataforma de lanzamiento. Un avance de este posicionamiento es la entrevista de José Agustín Ortiz Pinchetti aparecida la semana pasada. Se trata, para llamarlo de alguna manera, de la ruta de masas para enfrentar la situación actual.
Son los dos polos, los extremos que acotarán la política dentro de la política el próximo año. Los partidos, las corporaciones, la ciudadanía interesada volteará a mirar estas dos ofertas a las que el mismo gobierno no se podrá sustraer. En todo esto, Marcelo Ebrard está en una posición peculiar. Él ha sido subordinado de Salinas y de López. Ahora como jefe de gobierno del Distrito Federal tiene la posición y los recursos para incidir en la agregación de intereses, evitar la colisión entre de las dos alternativas señaladas ¿Lo sabrá? A Ebrard su partido le pesa y no es descabellado su regreso al PRI.
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