Este martes que se abre para librar una batalla memorable, ante la decisión histórica de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal por agregar causal a la despenalización del aborto. La opinión publicada, en su mayoría, respalda el proyecto de los legisladores no panistas, de las fuerzas políticas opuestas al ejecutivo federal. Una batalla crucial para una de las tantas guerras que tiene abiertas Felipe Calderón.
Cuatro son las guerras en las que está enfrascado el presidente Calderón. En dos de una manera abierta, una más es fingida y en otra juega a las escondidillas bajo la sotana.
En la guerra contra el crimen organizado, la ventaja del presidente es que tiene amplio respaldo de la sociedad (77% de acuerdo con la reciente encuesta de María de las Heras) Es una guerra complicada de la cual nunca se dispondrá la información precisa, más dispuesta para la publicidad y en la que nunca se escuchará “vamos perdiendo la guerra”. Ningún ejército lo hace. Se acabará el sexenio y es seguro que sin parte de guerra de por medio.
En la guerra por la mejora de la educación pública se aplicó el examen de evaluación en la que participaron los niños de tercer a sexto grado de primaria. Aquí, también el presidente se pone por delante, no hay quien se oponga abiertamente a la mejora, tal vez sectores del sindicato de educación. Se hace esta guerra como partiendo de cero. La prueba Enlace que evalúa la calidad de la educación básica no es algo nuevo, pero deliberadamente se omite la presentación de los resultados anteriores. Esta guerra tiene una complicación, el principal aliado que debería estar al frente, coco a codo con el presidente, el SNTE, es un socio político, más interesado por operar en la consecución del voto y allegarse recursos públicos. Desgraciadamente el sindicato es un feudo político, así lo han hecho sus líderes. No se ve cómo auxiliarán al presidente. Su dirigente más protagónica no dice ni pío en esta guerra. Ella ya cumplió su labor, le levantó la mano a Felipe Calderón antes que nadie, no le pidan que le ponga atención a la educación escolar de los niños ¿Se puede mejorar la educación con Elba Esther y su grupo?
La guerra entre Calderón y Manuel Espino por controlar el Partido Acción Nacional. No es una guerra ideológica, al menos van de la mano en las deliberaciones legislativas que son congruentes con su condición de derecha. Es una guerra de desplantes, ni siquiera de pellizcos. Es un asunto de ellos y nada hay que esperar de esa confrontación en beneficio de la sociedad.
La cuarta guerra muestra el empaque verdadero del presidente, como lo que es: un gobernante de la derecha. El tema de la despenalización del aborto ha dejado mal parado a Calderón como jefe de un estado laico. En los hechos se asume como súbdito de la iglesia católica, le cuesta trabajo definir límites entre sus creencias y sus obligaciones como máximo representante de un estado laico. Cuando un cuerpo del estado mexicano, por muy local que sea (es el caso de la ALDF), es atacado por otro estado (en este caso el Vaticano) la defensa de ese cuerpo legislativo es irrenunciable al jefe de estado.
Benedicto XVI es jefe de un estado, aunque se mantenga en la dualidad de jefe de una iglesia. Ha instruido a los prelados mexicanos para que se movilicen en contra de la despenalización del aborto en el Distrito Federal. Esa es una intervención política que viola la Constitución y ante la cual el presidente no se puede regodear en la inacción. Hacerlo es autodescalificarse como jefe de estado. Calderón prometió guardar y hacer guardar la Constitución, de no hacerlo la nación se lo puede demandar. Está en trance de claudicar ante inoportuna guerra santa o de conjurarla al amparo de la ley.
Cuatro son las guerras en las que está enfrascado el presidente Calderón. En dos de una manera abierta, una más es fingida y en otra juega a las escondidillas bajo la sotana.
En la guerra contra el crimen organizado, la ventaja del presidente es que tiene amplio respaldo de la sociedad (77% de acuerdo con la reciente encuesta de María de las Heras) Es una guerra complicada de la cual nunca se dispondrá la información precisa, más dispuesta para la publicidad y en la que nunca se escuchará “vamos perdiendo la guerra”. Ningún ejército lo hace. Se acabará el sexenio y es seguro que sin parte de guerra de por medio.
En la guerra por la mejora de la educación pública se aplicó el examen de evaluación en la que participaron los niños de tercer a sexto grado de primaria. Aquí, también el presidente se pone por delante, no hay quien se oponga abiertamente a la mejora, tal vez sectores del sindicato de educación. Se hace esta guerra como partiendo de cero. La prueba Enlace que evalúa la calidad de la educación básica no es algo nuevo, pero deliberadamente se omite la presentación de los resultados anteriores. Esta guerra tiene una complicación, el principal aliado que debería estar al frente, coco a codo con el presidente, el SNTE, es un socio político, más interesado por operar en la consecución del voto y allegarse recursos públicos. Desgraciadamente el sindicato es un feudo político, así lo han hecho sus líderes. No se ve cómo auxiliarán al presidente. Su dirigente más protagónica no dice ni pío en esta guerra. Ella ya cumplió su labor, le levantó la mano a Felipe Calderón antes que nadie, no le pidan que le ponga atención a la educación escolar de los niños ¿Se puede mejorar la educación con Elba Esther y su grupo?
La guerra entre Calderón y Manuel Espino por controlar el Partido Acción Nacional. No es una guerra ideológica, al menos van de la mano en las deliberaciones legislativas que son congruentes con su condición de derecha. Es una guerra de desplantes, ni siquiera de pellizcos. Es un asunto de ellos y nada hay que esperar de esa confrontación en beneficio de la sociedad.
La cuarta guerra muestra el empaque verdadero del presidente, como lo que es: un gobernante de la derecha. El tema de la despenalización del aborto ha dejado mal parado a Calderón como jefe de un estado laico. En los hechos se asume como súbdito de la iglesia católica, le cuesta trabajo definir límites entre sus creencias y sus obligaciones como máximo representante de un estado laico. Cuando un cuerpo del estado mexicano, por muy local que sea (es el caso de la ALDF), es atacado por otro estado (en este caso el Vaticano) la defensa de ese cuerpo legislativo es irrenunciable al jefe de estado.
Benedicto XVI es jefe de un estado, aunque se mantenga en la dualidad de jefe de una iglesia. Ha instruido a los prelados mexicanos para que se movilicen en contra de la despenalización del aborto en el Distrito Federal. Esa es una intervención política que viola la Constitución y ante la cual el presidente no se puede regodear en la inacción. Hacerlo es autodescalificarse como jefe de estado. Calderón prometió guardar y hacer guardar la Constitución, de no hacerlo la nación se lo puede demandar. Está en trance de claudicar ante inoportuna guerra santa o de conjurarla al amparo de la ley.
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